User:Paynalton

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Artículo clasificado en: Bitacora de vuelo Escrito por paynalton a las 3:41 AM del 13 de Enero de 2007 -- Editar

Hoy comienzo mi vida como piloto, viajando por el universo en busca de aventuras, mujeres y dinero.

Se que se escucha algo cursi, pero esto es realmente lo que siempre he soñado, es por ello que trabajé tan duro para poder conseguir mi sueño. Muchos años he pasado trabajando como pinche de cocina, limitandome siempre a gastar lo necesario para subsistir y guardando todo en espera de una buena oportunidad.

Hace unos días uno de los compañeros del trabajo se burló de mí: “¿Y ya tienes suficiente para tu nave?… ¡Deberías ir comprando primero los tornillos! ¡Jajaja!”. Traté de contenerme y no romperle la cara, no fué sencillo.

Esa misma tarde, mientras compraba algo de comida me encontré a un anciano muy amigable. No lucía muy pobre pero tampoco se veía adinerado, podríamos decir que se veía como un sujeto simplemente normal, aunque con un olor muy peculiar. Mientras yo terminaba de guardar mis víveres en la bolsa, al anciano se le cayó un viejo diario negro de letras rojas. De inmediato supe que se trataba de uno de esos publicados socialistas clandestinos. Un empleado de la Federación iba pasando y en cualquier momento vería el diario y el anciano estaría en problemas.

No se porque lo ayudé, pero estoy feliz de haber dejado caer todos mis víveres sobre el periodico para agacharme y recogerlo antes de que el federal se diera cuenta de ello. El anciano no se pudo agachar a ayudarme en recoger mis cosas, pero ciertamente se veía muy agradecido cuando le devolví su diario una vez que el federal se había perdido de vista.

Toda esa tarde la pasé en un bar escuchando fantásticas historias sobre la vida de piloto que el anciano había tenido. Se que no es algo propio de mi edad el estar escuchando las historias de un senecto, pero realmente disfruté escuchando como se había enfrentado a piratas, sus encuentros con los Aera y los Rlaan, el cómo vio a un mundo desaparecer y muchas cosas más. No sé cuanto de ello era realmente cierto, pero realmente disfruté de sus historias.

Despues de algunos tragos (y créditos que no debería estar gastando), comencé a contarle sobre mi sueño, el cómo había trabajado cada día de mi vida y ahorraba todo para poder ir al espacio. Fue entonces que mi vida cambió por completo.

-¿Y cuanto tienes ahorrado?- Preguntó el anciano disimulando.

-Unos diez mil créditos- le respondí tratando de averiguar si estaba interesado sólo en charlar o en proponerme algún otro negocio como todas las personas a quienes les había contado, tratando de convencerme de invertir en mercancías, donar el dinero a los enfermos o comprar un auto último modelo.

Pero entonces el anciano metió la mano al mismo bolsillo en donde había guardado el diario y sacó una pantalla rectangular de apenas unos veinte por ocho centímetros y no más gruesa que mi mano extendida. La puso sobre la mesa y dijo:

-¿Sabes lo que es esto?-

Una vez que la tuve frente a mí la reconocí y asentí de inmediato. Se trataba de la llave de un hangar, ya antes las había visto en manos de mercaderes cuando discutían sus negocios. Estas llaves abren los hangares cuando están frente a ellos, un mercader puede dejar con toda seguridad cualquier mercancía en ellos y llevarse la llave. Cuando va a vender algo en trato directo se puede usar la pantalla para ver la cámara de seguridad en el interior del hangár y demostrarle a su cliente que la mercancía estaba en realidad allí y así cerrar el trato.

946827llama_dejando_atlantis.jpg Esta es mi nueva nave y ese del fondo es Atlantis

-Las grandes aventuras han quedado atrás para mí- dijo entonces el anciano -todas las naves que he tenido las he vendido, ahora sólo quiero pasar mis días en un planeta tranquilo como este y disfrutar de cada atardecer. Pero hay una nave que nunca he vendido, se trata de aquella con la que comenzó mi vida como piloto-

Entonces encendió la pantalla y me mostró la imagen. Se trataba de un viejo cacharro, un tanto deteriorada y con algunas marcas de disparos. Mientras yo movía la cámara para ver la nave desde todos sus ángulos el viejo continuó:

-La he dejado en un hangar en la capital de Atlantis, y me he quedado con la llave para poder contemplarla de vez en cuando… pero sabes una cosa- esta vez miré al anciano directamente a los ojos y pude ver algo que no puedo explicar, una especie de sentimiento de nostalgia, muy parecido al de una madre que está a punto de abandonar a su hijo -me sentiría mejor sabiendo que esta vieja nave está todavía en el espacio, volando en donde yo ya no puedo llevarla y dándo sus últimos años de servicio en donde debe-

De inmediato comprendí lo que el anciano quería, ciertamente sus palabras me habían cautivado.

-No creo que me alcance el dinero para comprar ninguna nave por ahora, ni siquiera esta- le dije poniendo de nuevo la llave sobre la mesa y empujandola un poco hacia el anciano.

-No me interesa el dinero, solo quiero un lugar en donde quedarme y algo de pasta para establecerme en este planeta- Dijo bajando la mirada, como si comprendiera mi desconfianza

-¿Cuanto cuesta el transporte hasta Atlantis?… ¿Unos mil quinientos créditos?… y necesitarías unos dos mil para ponerle combustible y darle algo de mantenimiento básico que te permita volar- El anciano empujó de nuevo la llave hacia mí y por instinto la tomé de nuevo y miré la nave en la pantalla.

-Dame 7500 créditos por ella, sólo prométeme que jamás la venderás ni la dejarás olvidada-

No miento al decir que en ese momento sentí miedo. Alguna vez pensé que las aventuras no son para aquellos que las buscan, y que los grandes héroes nunca deseaban serlo; smplemente era gente que se había enfrentado a oportunidades únicas y las habían aprovechado al máximo, haciendo de una desgracia una proeza y de una pena la razón para la gloria. Entonces, sinpensar realmente en lo que estaba haciendo dije las palabras que sellarían el destino.

-Trato hecho-

El anciano sonrión, pero a diferencia de lo que hubiera esperado de un estafador, en su mirada se veía un matiz de tristeza. Mientras en la pantalla se podía leer: “Felicitaciones por su compra. 7500 créditos han sido retirados de su cuenta. Que tenga un buen día” y en ese momento ya no hubo marcha atrás.

La partida de mi planeta natal no fue muy larga, sin familia y con pocos amigos fue muy poco lo que tuve que dejar atrás y los abrazos de despedida que tuve que recibir. Dejé también al anciano mi viejo departamento y mi gato. Aunque el insistió en pagarmelo no lo acepté y me marché con sólo una maleta con algo de ropa y enseres personales básicos.

Conseguí ahorrar un poco de dinero viajando entre la carga de un plowshare, su piloto me cobró solo 800 créditos por llevarme entre cajas repletas de uranio. Sólo espero que ninguna de ellas haya tenido alguna fuga. No pude ver el arribo a Atlantis mientras estaba confinado dentro de la bodega de carga, sólo supe que nos aproximabamos cuando sentí de nuevo la gravedad, nunca habría imaginado que la gravedad se sentiría distinta entre un planeta y otro, sobre todo si sólo has sentido la de tu propio planeta.

Mi exitación crecía a medida que seguía el mapa de la llave para llegar hasta el hangar indicado, el momento de la verdad acerca de si realmente me convertiría en un piloto o si me quedaría varado en un planeta desconocido, sólo y sin dinero estaba a unos cuantos pasos. Sobre todo en un planeta como Atlantis, un mundo totalmente cubierto por agua en donde las ciudades estan formadas por módulos submarinos e interconectadas por tubos de transporte, en donde hasta respirar es un derecho que el dinero puede (y debe) comprar.

Por fin llegué al lugar y alcé la llave para que el sensor la reconociera y me dejara entrar. Mi corazón estaba a punto de estallar mientras mi mano se mantenía en el aire sosteniendo la llave. Y llego a su punto crítico cuando una luz verde en el dindel de la enorme puerta se encendió y un ruido mecanico acompañó a la apertura del angar.

Fente a mí estaba ahora la vieja nave. Se trataba de un viejo modelo “Llama”, estaba corroida en algunas partes y ahora podía ver de cerca las abolladuras enmarcadas por estrellas de ceniza negra que eran huella del impacto de un laser o alguna otra arma. Dí una vuelta alrededor de ella tratando de convencerme de lo horrible que era, pero gritando muy fuerte en mi interior una voz decía “esta nave ahora es mía, es el principio de mi sueño”. Y no pude evitar acariciar el fuselaje y sentir su frío metal.

Ahora tengo que dejar de escribir, pronto llegaré a un asteroide y necesito maniobrar para entrar, en cuanto tenga tiempo continuaré escribiendo esta bitácora.